(10 de agosto de 1990)
Estimado Carlos:
Los que disfrutamos el aire de una buena pluma como es la tuya extrañamos tus editoriales que contienen información seria, análisis con método de rigor científico y, sobre todo, la bendición de la musa de la buena fe.
Sabemos que estás enfermo, pero esas vicisitudes biológicas, que tarde o temprano podrás controlar, no han obscurecido tu intelectualidad, por lo que esta última, creativa por naturaleza, deberá retomar su espacio y hacer presencia en esta época nacional y local, única e interesante.
Nosotros gozamos tus editoriales y el fino humorismo que practicas, como una demostración de que posees una corteza cerebral profunda que piensa y siente.
En algunas ocasiones tu crítica nos hizo el ingrato favor de tocarnos, pero siempre la aceptamos, porque tienes estilo y una acrisolada honestidad intelectual, que es acompañada de la rectificación cuando se demuestra el mínimo error. Esto último se llama grandeza.
Tú sabes que en el ser humano la mente manda sobre la pura biología estructural, y que la creatividad es el mejor antídoto contra la depresión, esa demoníaca dama que nos acompaña cuando nos sentimos mal o creemos que no nos vamos a aliviar.
Como en tu caso estamos seguros que tendrás mejoría, no se vale que sigas recluido en tu Olimpo, y esperamos que pronto vengas a escribir, a polemizar y a criticarnos a nosotros los políticos, que tanta falta nos hace, principalmente cuando es con florete y no con los mazos burdos que algunos colegas practican en la actualidad.
Dicho en otra forma, te toca volver a ocupar el espacio de arriba, el que siempre has tenido y que te ganaste, porque, aunque nos duela a los otros “aprendices de brujos” que escribimos aquí, tú siempre fuiste el mejor y tendrás que seguir siéndolo para beneficio de tus lectores y de tus “fans”, que te seguían cotidianamente, y para perjuicio de los políticos que tratan de engañar, simular y aparentar cosas que no son, pues para ellos tuviste una amarga medicina que seguramente continúas guardando en tu armario, ese vetusto mueble que se cimbra pero no se rompe y del cual debes tomar el ejemplo.
Un abrazo.