April 27, 2024

La peste del desempleo

(10 de abril de 2006)

Estamos preocupados por los jóvenes de Francia, ¿y los nuestros?

Aunque no está reconocido el derecho al trabajo en las agencias internacionales, como tampoco lo está el derecho a la paz y sí el derecho a la guerra, es evidente que los seres humanos tenemos el derecho inalienable a formar parte de una sociedad y a tener oportunidades de desarrollo personal a través del empleo remunerado, como lo establece la Ley Federal del Trabajo.

Cuando este derecho no es reconocido, se producen problemas que son síntomas de descomposición social y, como sucedió en Francia, la falta de adecuación a las corrientes modernas de la competitividad y del cambiante mercado de oportunidades y una economía muy poco adaptada a la realidad actual produjeron un serio problema político y social, al organizarse los  jóvenes y hacernos recordar el célebre movimiento de 1968.

Aunque en México nuestros jóvenes no están tan bien organizados, y hemos demostrado que somos un pueblo muy aguantador, la crisis del desempleo profesional de los egresados de las universidades públicas y de las privadas, y por supuesto también los de “las patito”, nos muestran una tasa del 65 por ciento de jóvenes que no trabajan en lo que estudiaron. Éste es un signo muy serio y puede generar una problemática social y política explosiva para una nación.

El que no quiera ver todo esto, es porque está miope; el que no quiera oír los reclamos de los jóvenes, es porque está sordo, y el que no quiera sentir como suyo el problema, es porque ya está anestesiado y en su inconsciencia todavía cree en las promesas políticas de campaña de nuestros candidatos, que en eso sí coinciden, pues todos, unos más que otros, prometen cosas que saben que no van a poder cumplir.

La desocupación laboral es como la peste bubónica, que contagia rápidamente y puede ocasionar miles de muertes, cuando la angustia existencial del desempleo profesional erosiona las esperanzas y violenta los derechos humanos, produciendo así pólvora que, con una pequeña mecha, puede hacer de nuestra bella nación un volcán social en erupción.

Lo que aquí expreso no es fatalismo, es un diagnóstico y es realismo.